Cap.1 Un
plan perfecto
No muy lejos de
Masetu, lo suficiente oculto como para no ser vistos por quien no debiera, los mercenarios tenían el asentamiento.
Un hombre alto, de
mirada tajante, vestido en todo momento para la batalla; con ciertos rasguños
en el rostro, señal de haber visto la muerte demasiado cerca; sin ningún
estandarte; salvo un dibujo de un castillo en sus brazaletes, pequeña muestra de
lo que fue su infancia; mirando al cielo, junto a lo que parecía ser una especie
de druida esclavo capturado en algún saqueo, se encontraba aquel que se hacía
llamar el líder de aquel grupo de mercenarios.
El druida, un
pacifista de las tierras del norte, aprovechándose del aprecio que este le
había cogido, se dirijo a su dueño y le dijo:
-
¿Realmente
crees que esto es necesario?
El líder de
mercenarios, sin dejar de prestar atención a los rayos de sol que se colaban
entre las nubes dejando paso al mediodía le contesto:
-
¿Y por qué
no? No tengo nada que perder; es la misión más fácil y sencilla que jamás haya
visto. Según llegue, alguien me abrirá las puertas dl castillo, solo tenemos
que entrar matar al que se oponga, saquear el castillo y marchar antes del amanecer.
Además no satisfecho con ese fácil éxito recibiré como recompensa la ubicación
de un pueblo salvaje que se esconde entre las montañas para hacer lo previo con
él.
-
No tiene
porque hacer tal masacre, ¿no tiene las suficientes baratijas ya, mi señor?
El mercenario dándose cuenta
que ya era demasiado tarde para corregir los excesos de confianza de su
compañero le contesto:
-
¡Ya basta! ¡Voy
a saquear ese castillo porque soy J, líder de mercenarios, y porque puedo! ¿te
ha quedado claro, señor Dieg? ¡Deja de amar a este mundo que tanto te
desprecia! ¡Fuera de mi vista!
El druida no
sorprendido con la respuesta que tantas veces había escuchado se dio la vuelta
obedientemente y se marcho. Aún sabiendo que ese tono de voz elevado y esa
posición insensible, tan solo era parte de un papel que tenía que ejercer por
su vida.
En el castillo los sirvientes
y trabajadores se estaban dando cuenta de la falsa normalidad que se respiraba
en el ambiente.
En una de las
habitaciones de la parte superior del castillo, padre e hijo compartían una intensa
discusión sobre la situación.
Resulta que el hijo
era partidario de huir y el padre de quedarse para defender su honor.
El noble hijo se defendía:
-
¿No te das
cuenta que quieren nuestras cabezas? Si marchamos ahora mismo tú y yo vendrán
aquí y no morirá nadie innecesariamente. Nos tacharan de traidores pero dejaran
en paz al resto.
-
¡Yo no soy un
traidor, Eduard! Me quedaré aquí y defenderé el poco honor que tú nos has
dejado.
-
Morirás tú, tus
soldados y toda esta gente. ¿De qué sirve el honor una vez muerto?
-
Haz lo que quieras,
yo me quedo aquí, pero si sales por esa puerta….moriré sin haber tenido hijo…
En este momento, el
joven noble podría haber levantado la mano drásticamente mientras su progenitor marchaba y haber dicho…
-
padre, te quiero.
O también podría haberle
dicho con música emotiva de fondo:
-
Tú me has
criado, amado y educado con tu sudor sin una madre…esta noche luchare a tu
lado, nuestras espadas se romperán juntas y nuestra última batalla será cantada
por juglares y en un futuro muy lejano harán una proyección sobre una pantalla
blanca de gente que finge ser nosotros para contar nuestra historia.
Hoy padre…hoy…¡Luchare a tu lado!
Pero en cambio el que
tantos dolores de cabeza había causado a su creador, se dio media vuelta y
marcho sin pronunciar palabra.
Estresado, sin saber
muy bien lo que hacer, bajando las escaleras para salir al patio del castillo
se tropezó con un joven que llevaba una caja con sumo cuidado entre las manos y
acto seguido se le cayó.
-
¡Mierda! Eran
especias, ¡no sería capaz de esto ni en un millón de años! ¡Serás cabeza del Medievo!
-
Modera tus
palabras joven atractivo. Soy Eduard propietario de este castillo.
Will dándose cuenta
que el error que había cometido era de gravedad insostenible se apresuro y le
dijo:
-
Lo lo lo lo
sien sien siento señor…
-
No te
preocupes hay una forma de remediarlo. Tendrás que hacerme un favor. Es sencillo.
Eduard le conto a Will
discretamente la situación que sostenía el castillo en esos instantes y las
ordenes que le dio fueron claras y directas.
Preséntate junto a las
caballerizas con todo aquel que no sepa defenderse por cuenta y espera mi
llegada.